Es un mundo fascinante, repleto de milenarios misterios, donde se experimente la indescriptible sensación de ver lo que nadie vio y se acrecienta la curiosidad por explorar regiones inaccesibles, Incluso a los potentes "ojos', de los satélites. A muchos puede parecerles una pesadilla, pero para los exploradores de cavernas y grutas es un atrayente desafío: trepar, arrastrase, nadar, abrirse paso por ese mundo subterráneo, desconocido, es el reencuentro con los tiempos más primitivos del planeta. Cuando los fenómenos climáticos, en los tiempos de las glaciaciones obligaron al hombre a buscar un refugio salvador en las entrañas de la tierra: existen pruebas irrefutables de la utilización de cavernas como vivienda de los trogloditas diseminados por todo el globo terráqueo. Las mismas datan del período geológico conocido como Pleistoceno o Cuaternario, época en la que intensas olas de frío cubrieron de hielos perpetuos las alturas superiores a 1.900 metros. El hombre primitivo, entonces, buscó en estas caprichosas formaciones geológicas, reparo y abrigo contras las fieras y las bajas temperaturas.
Las pruebas abundan: pinturas rupestres, restos de ceremonias religiosas, utensillos de las más diversas formas y tamaños son sólo algunos ejemplos. Pero tal vez uno de los testimonios que más connotaciones tiene para los científicos es el descubrimiento del doctor Fuhlrott, en 1856.
Este prestigioso Investigador hallo en una gruta de conformación calcárea, en el valle de Neander, Alemania, el esqueleto de un hombre antediluvial. Bóveda craneana de tamaño desmesurado, con grandes arcos supreorbitales y una frente baja y huidiza, caracterizaron a una raza que fue bautizada como Homo Neandertalensis y que se estima vivió unos 100 mil años, en la fase principal de la Era Glacial y en cavernas ubicadas en sitios elevados.
Obviamente, nuestros ancestros trogloditas sólo se interesaron por las cavidades naturales de la Tierra por sus ventajas como refugio y vivienda. De todos modos es indudable que una de las características más notables del hombre ha sido siempre su obsesión por lo desconocido. Así, no sólo ha explorado la superficie terrestre y descubierto el cosmos, también ha intentado rasgar el velo que oculta el denominado Sexto Continente, que no es otro que el mundo subterráneo. La rama de la ciencia que estudie esa parte del planeta envuelta en tinieblas y constituida fundamentalmente por cavernas, se llama espeleología, término acuñado por el historiador Emile Riviére (1880) y que proviene del griego spelaion (caverna); y logos (tratado).
La historía cuente que el primer expedicionario científico de la historia que se atrevió a incursionar en las grutas más profundas fue el rey de Asirio, Salamaeser III, quien hace más de 2800 años descubrió y estudió las cuevas del río Tigris, en la Mesopotamia, donde dejó grabado su escudo en la piedra. El informe alemán más antiguo, descriptivo de una caverna, date del año 1535 y pertenece e Bertholdt Buchner. Pero hasta comienzos del siglo pasado cavernas y supersticiones estaban estrechamente emparentades: trozos de huesos encontrados en el mundo subterráneo eran molidos y se vendían como polvo de "cuerno de unicornio", de gran poder curativo.
El estudio sistemático y la exploración científica de las cavernas comien-za con los albores de este siglo. Sin embargo, la porción más Importante de los conocimientos sobre la materia proviene de los aficionados que descubrieron -y luego describieron- sus experiencias a lo largo de miles de kilómetros de pasa-dizos, donde midieron grandes ámbitos y depresiones, sobreponiéndose a mojadu-ras, al frío y a le sucesión de días y noches que permanentemente tienen el mismo color de las tinieblas. Muchos huecos del interior del planeta son inmensos. Por ejemplo en la Gruta Gigante, cerca de la frontera italo-yugoslava entraría cómodamente la vaticana catedral de San Pedro. La Cueva del Mamut, en Arizona, Estados Unidos, mide más de 360 kilómetros de longitud. Y la más profunda de las conocidas hasta ahora es el Agujero pirenaico, que tiene una profundidad de 1.455 metros.
Por supuesto que, con sus esfuerzos y mediciones, los exploradores no sólo llenan páginas enteras del Libro Guiness de los Récords: también abren senderos cuando descubren lo que son verdaderos tesoros para la ciencia. Apoyándose en sus conocimientos los geólogos pueden estudiar la estructura de las diversas regiones. Los zóologos, observando restos de animales descubrieron como éstos emigraron a la oscuridad de las profundidades para escapar a las alternativas de calor y congelación provocados por los cambios climáticos. Los meteorólogos utilizan estalactitas y estalagmitas como calendarios que registran las temperaturas y convulsiones de otros tiempos. Y los arqueólogos desentierran del barro reliquias de nuestros antepasados primitivos. Todos ellos, eso si, regresan a la superficie con inagotables relatos del mundo -misterioso, fascinante- de las profundidades. Contra lo que se pueda pensar, el ambiente allí es curiosamente estable, con un oxígeno purísimo y un silencio que llama a la reflexión. Estas condiciones prologan la vida de la fauna, formada por una legión de coleópteros, arácnidos de raros colores, murciélagos, peces (en los lagos subterráneos) y hasta unos pájaros vegetarianos que salen a la superficie sólo para buscar alimento. De estos animales troglobios (que viven en las profundidades de la tierra) son los habitantes de las cuevas y constituyen reliquias de antiguas especies desaparecidas en la superficie. En su mayoría se trata de invertebrados terrestres y acuáticos de reducidas dimensiones que se han adaptado de tal forma a ese mundo que ya no pueden vivir fuera de él. Pigmentación escasa, ausencia de ojos, gran longitud de los apéndices y desarrollo extraordinario del abdomen en forma de vejiga, son algunas de las características más importantes de estos cavernícolas.
Para sumergirse en los profundos pozos o descender por las rumorosas cascadas que dibujan las cavernas, es necesario cargar pesados equipos, donde los artículos de primera necesidad, donde la bolsa de dormir, sogas, escalas, carburo para las lámparas, el bote inflable y el par de remos, nunca faltan. En todos los casos, esta carga significa algo más que un estorbo, ya que en ocasiones puede convertise en una trampa mortal. Por eso los espeleólogos experimentados advierten a los novatos sobre los peligros de descender sobre rocas y torrentes de agua a la ligera. Precipitarse sobre el espejo de agua de un lago subterráneo con el peso de una mochila resulta, casi siempre, un viaje sin retorno. Y las estadísticas lo demuestran: según éstas, la exploración de cavernas es cien veces más peligrosa que el buceo en aguas abiertas. No obstante este dato revelador, cada vez son más los hombres y mujeres que se sumergen en ese mundo casi desconocido, laberintos subterráneos que en el más remoto pasado albergaron al hombre; y que sirvieron, también, para que sobre ellas entre- tejieran leyendas donde los dioses y espíritus, brujas y hadas, dragones y demonios, eran sus huéspedes imaginarios.