Epílogo
Todos los estilos analizados responden al mismo patrón, que conforma una de las dos ramas de la música moderna, la “concienciada socialmente”, ambigua en sus planteamientos y evolución pero con un ámbito de público asegurado.
Punkies con su circuito nacional e internacional de casas y festivales (algunos de los grandes ya incluyen estos grupos), con su tarjeta VISA, y muchas veces con residencia en casa de mamá en una zona residencial.
Y es que si la música no vende "romance" sólo puede vender "rebeldía enlatada". ¿Quién se aprovecha de quién: la política de la música o la música de la política?.
En su parte positiva, estos grupos han sabido crear un ámbito (un ambiente, un “rollo”) y una interacción entre los temas y la actitud de un mundo musical con la del mundo político.
Se trata de una nueva utilidad de la música, encerrada en el festivalero pop o el hippismo de “la búsqueda, los sueños e ilusiones, la libertad y el amor”, tan neutros como utópicos. Todo ello muy de clase media con toques underground.
El heavy era un circo en el que cabía el goticismo de Black Sabbath, el jurásico Ted Nuggent, el virtuosismo de Van Halen, el montaje de Kiss o la pureza de AC-DC. Y el rock urbano navegaba entre el minimalismo nihilista de The Velvet Underground y el escepticismo gamberro de los New York Dolls. Mucho existencialismo, mucha tecnología, mucha sofisticación, mucho sentimiento, pero poca política.
“Te corto la cabeza, nena
y la meto en el televisor.
Me gusta mirar mi tele,
te veo en mi tele”.(“TV set”, The Cramps)
Este es el entorno ante el que se desarrolla otra música que desea unir forma y fondo, o al menos adaptar, fundir aquella con éste. No es mala idea. Pero la música tiene más limitaciones que los avatares políticos. Y “business is business”. Siempre.
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